Un cambio de paradigma: la honestidad como compañera
¿Qué haces para que los demás tengan una buena impresión de ti?
A todos nos gusta ser reconocidos, pero no todo vale… hoy vas a comprobar por ti mismo que somos capaces de ponernos en peligro con el fin de dar “una buena imagen” y que, quizás, esto sea pagar un precio demasiado alto.
Los efectos de la deshonestidad
A pesar de la idea personal que podamos tener cada uno de lo que es o no ser honesto, entender cómo ve la honestidad nuestro organismo nos permite vivir en sintonía con él.
Cuando normalizamos el engaño en nuestra vida sufrimos efectos fisiológicos como el estrés, experimentamos una pérdida de empatía con el mundo y compramos papeletas para padecer, por ejemplo, desajustes en la tiroides, diabetes o hipertensión arterial. Pero más allá de poner en peligro nuestra salud, la implicación más asombrosa ocurre cuando otra persona es espectadora de nuestra deshonestidad.
Seguro que has vivido esta historia de forma parecida: Vacaciones familiares. Ocho adultos, cuatro niños. Delante de nosotros un cartel con precios y descuentos. A menor edad, más barata la entrada. Y de repente, como por arte de magia… ¡cada niño descubre que tiene dos años menos de su edad real!
Gracias a la observación de parámetros como la actividad eléctrica de la piel y el funcionamiento del sistema cardiovascular sabemos que el organismo del observador se comporta como si él mismo estuviese cometiendo la acción deshonesta. Es decir, que la persona que está en presencia de nuestro engaño pasa a ser “víctima” de nuestra deshonestidad.
Como ves, nuestra deshonestidad no solamente tiene efectos perjudiciales para nosotros mismos, sino que, sin ser conscientes, está generando el mismo efecto en nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo.
La honestidad como herramienta
Ser honestos no solamente nos convierte en organismos saludables, si no que la idea de que la mentira es necesaria para afrontar con éxito situaciones incómodas de la vida no se corresponde con la realidad.
Imagina que fueras médico y tuvieras un error que acabase con la vida de uno de tus pacientes, ¿explicarías lo ocurrido de forma clara a sus familiares? Tic-tac, tic-tac…
Desde el sistema de pensamiento deshonesto que rige muchas de las acciones de nuestro día a día, muchos trataríamos de tapar y encubrir estos errores por miedo a las represalias. Sin embargo, según el doctor Luis Rojas Marcos, quien dirigió durante siete años el sistema sanitario neoyorkino, cuando los médicos exponen lo que ha sucedido con claridad a los pacientes o familiares de forma honesta, las personas perjudicadas suelen agradecer y aceptar sus disculpas. Y no sólo eso, interponen menos medidas legales por sus negligencias.
Una puerta se cierra, otra se abre
Podemos decir que estamos condenados a cambiar de paradigma, a abrazar la honestidad. Y sí, estamos acostumbrados a una forma de hacer que parece cómoda y beneficiosa a corto plazo, pero que no hace ningún bien ni a tu organismo, ni al de los que te rodean, ni te permite cosechar buenos resultados.
Caemos en el espejismo de lo fácil y rápido por no conocer otro modo de hacer, de pensar, de ser. Pero cuando sabes la trampa…
Un buen comienzo puede ser observar y reconocer todas esas decisiones y acciones que hacen que nos fallemos a nosotros mismos.
Tienes delante de ti la posibilidad de abrir una nueva puerta: conocerte y empezar a ocuparte de ti mismo. Y aquí no hay trampa ni cartón, la honestidad es imprescindible para empezar a trabajar sobre una serie de recursos internos que te permiten responder a tus circunstancias y vivir tus relaciones desde la confianza: Las habilidades transversales.
En el próximo artículo…
¿Y si pudiéramos generar confianza y buenas impresiones de forma sencilla y natural?, ¿y si existieran habilidades que nos permitiesen desbloquear recursos desconocidos que pudieran multiplicar nuestros pasos?
Fran V. Hdez.
@franvhdez