¿Sabes cómo pedir perdón? Seis pasos para unas disculpas genuinas
¿Alguna vez has pagado con una persona tu mal día?
Las meteduras de pata forman parte de nuestra vida. Cometer errores y aprender de ellos conforman nuestra forma de crecer.
A veces, cuando nos equivocamos, nuestros fallos también salpican a los demás. Cuando nos damos cuenta, afrontamos la difícil tarea de pedir perdón, ¿te has preguntado por qué nos cuesta tanto hacerlo?
¿Por qué pedir perdón se te hace cuesta arriba?
Disculparse es un proceso complicado. Tanto que nos hemos convertido en expertos en evadir responsabilidades. Reconocer nuestros errores nos avergüenza y pronunciarnos sobre ellos frente a otras personas nos suele provocar taquicardias.
Frente a todo este malestar es fácil refugiarnos en las excusas, quejarnos de las circunstancias u otros elementos ajenos antes de dar el paso. Incluso somos capaces de culpar al otro y justificar así nuestros actos.
Resulta difícil porque admitir que hemos hecho un mal al otro ataca directamente a nuestro ego. Durante mucho tiempo, se ha compartido socialmente la idea de que disculparse un signo de debilidad y la mayoría hemos sido educados bajo esta concepción negativa. A tal punto que casi siempre estamos dispuestos a complicar nuestros problemas y acabar con relaciones por sobrevalorar un sentimiento como el orgullo.
La vergüenza también es otro factor limitante a superar, por eso hay que armarse de valor, ¿merece la pena?
Redefiniendo el perdón: un recurso infravalorado
Las relaciones personales y laborales están sujetas a conflictos. Por ello, el amor y la compasión son dos elementos indispensables que actúan como pegamento, como herramienta de unión. Disculparse es de sabios: saber hacerlo nos permite mejorar, superar adversidades y curar heridas.
Ahora bien, pedir disculpas no es ir por ahí repitiendo «perdón» como un loro. Están las disculpas genuinas y las pseudodisculpas.
La diferencia es notable: las primeras exigen una autoevaluación sincera, una reflexión y un deseo de reparar los daños causados. Las segundas (las pseudodisculpas) buscan despistar la atención del otro y no llevan la intención de asumir responsabilidad. Con estas no solo nada mejora, sino que las relaciones se van destruyendo.
A pesar de la concepción tradicional de debilidad, en la práctica, unas disculpas genuinas son percibidas como una fortaleza. La persona que es capaz de hacerlo cuenta con un recurso que le permite desarrollarse y acercarse más a los demás. El acto genera un clima de honestidad, da más valor a la relación y es contagioso.
Se trata de un recurso clave para las familias, los equipos y las organizaciones, ya que facilita la unión frente a la adversidad.
Los seis pasos para unas disculpas perfectas
Disculparse es una cosa, salir airoso otra. Por eso hacerlo bien es todo un arte, cada palabra cuenta y una disculpa exitosa transforma un conflicto en un triunfo personal.
¿Alguna vez te has preguntado si sabes pedir disculpas?
El profesor Roy Lewicki sí se ha hecho la pregunta. Él y su equipo de investigación de la Universidad de Ohio hicieron un estudio sobre ello y descubrieron que a la hora de expresar unas disculpas solemos hacer las cosas al revés. Por eso a continuación te presento el patrón perfecto para hacerlo con éxito, paso a paso.
#1. Asume tu responsabilidad (mental y verbalmente)
En anteriores artículos ya hemos hablado de las ventajas de responsabilizarnos en nuestra vida. Se trata de un proceso relacionado con dónde ponemos el foco de nuestra atención.
Cuando lo ponemos fuera, nos ponemos a trabajar proactivamente para encontrar motivos con los que culpar al otro y causas que justifiquen nuestras acciones.
En este paso necesitamos admitir lo que hemos hecho y expresarlo al otro. La obligación de hacerlo en voz alta exige que seamos responsables y conscientes del dolor que hemos causado y produce una sensación liberadora.
Elimina comentarios del tipo «hice esto pero no pensé que te desagradaría» que solo refuerzan la justificación del acto. O expresiones como «lo siento si te molestó», que comunican que para ti no fue una ofensa y que te disculpas solo porque para la otra persona sí lo es.
El estudio demuestra aquello de «lo bueno, si breve, dos veces bueno». La mejor forma de asumir la responsabilidad es hacerlo de un modo concreto y directo, sin adornar lo que queremos decir. Así que no lo estropees añadiendo un «pero» o un «si».
#2. Ofrece una reparación
Pregúntate, ¿qué puedes hacer para reparar el daño causado?
A veces no encontramos una forma de hacerlo de manera inmediata. Aún así es imprescindible mostrar voluntad de hacerlo porque es la forma en la que comunicamos a la otra persona que es importante para nosotros.
«¿Qué puedo hacer para remediarlo?» Si la respuesta es «nada», no te lo tomes como algo personal, ponte en el lugar de la otra persona. Puede que necesite tiempo o que directamente no quiera arreglarlo. En cualquier caso, es lícito que quiera rechazar tu oferta.
#3. Reconoce tu remordimiento
Una vez hemos asumido lo que hemos hecho y ofrecido una forma de corregirlo. El siguiente paso es manifestar nuestro arrepentimiento. Mientras en los anteriores pasos teníamos que poner a la persona dañada en el centro de la conversación (sin darnos protagonismo), ahora podemos empezar a hablar de cómo nos sentimos sobre lo ocurrido.
Recuerda que el contacto visual es tan importante como las palabras. Ya que expresan algo que estás no pueden hacer: nuestra sinceridad.
#4. Explica qué es lo que salió mal
Tras los tres primeros pasos, habiendo dado ya algo de tiempo a la otra persona, es el momento idóneo para dar tu explicación sobre lo que ha pasado.
Volvemos a lo simple como mejor, los rodeos y explicaciones enrevesadas generan más caos. Si no lo tienes claro, toma tiempo para pensar.
Evita quitar hierro a lo ocurrido con expresiones del tipo: «fue un error del momento…», busca siempre la explicación honesta.
#5. Expresa tu arrepentimiento
Según Watchman Nee, la palabra «metanoeo» (palabra griega traducida como «arrepentimiento») significa cambio de mente. A diferencia del remordimiento, que implicaba expresar nuestro sentimiento de culpabilidad por lo que ha pasado, la manifestación del arrepentimiento consiste en expresar un cambio de perspectiva respecto al pasado.
Tras una evaluación de lo ocurrido, tenemos un cambio de opinión, un aprendizaje, que también se traduce en un cambio de actitud o de conducta.
¿Qué es lo que voy a cambiar con lo que ha pasado? La respuesta es resultado de toda la reflexión que hemos estado haciendo. Cuando la tengas exprésate. Si lo consideras, puedes añadir un «no volverá a ocurrir».
#6. Pide perdón
Este es el paso por el que las personas suelen empezar (y a veces el único). Lo curioso es que según el estudio es el más prescindible.
Así es, solemos hacer las cosas al revés: Los cinco elementos de los pasos anteriores son los más importante (además están expuestos de mayor a menor importancia), mientras que la petición de perdón es un paso poco significativo.
Es importante matizar que no se trata de exigir que te perdonen. La necesidad de ser perdonado nos puede llevar a realizar peticiones del tipo «por favor, ¿me perdonas? o «por favor, acepta mis disculpas». Nos expresamos así cuando lo que queremos es disculparnos solo para sentirnos mejor (de forma egoísta), dejando fuera de la ecuación a la otra persona. Es ella la que ha de considerar si quiere darse tiempo o está en condiciones de perdonarte.
Según el estudio no hace falta hacer la estructura completa de los seis pasos, pero las posibilidades de conciliación aumentan a medida que vamos añadiendo elementos. Se trata de un patrón efectivo para salir de la complicada situación, pero lo mágico del asunto es que exige honestidad. Si tus disculpas no son sinceras simplemente esta ecuación no funcionará.
Esta estructura de seis pasos más que darte un guion, te hace reflexionar y te obliga a aclarar tus pensamientos para expresarte mejor. Pero recuerda que, sin reflexión, no hay estructura que sostenga unas pseudodisculpas.
Francisco V. Hernández Ramírez
@franvhdez