¿Por qué se sienten peor los atletas que consiguen la plata que los que obtienen el bronce?
No nos hacemos una idea de la gigantesca cantidad de información que proviene del mundo que nos rodea. Si a esto le sumamos que nuestra capacidad para procesarla es bastante limitada… el resultado es que nuestro cerebro ha creado sus propias estrategias y atajillos mentales para que podamos manejarla de la forma «más eficiente posible». Este esfuerzo por optimizar recursos es uno de los motivos por el que cometemos ciertos sesgos y errores cognitivos, y por el que el homo sapiens, tan pensante y tan sabio, a menudo se comporta de forma menos racional de la que le gustaría reconocer.
Nos es fácil de entender por empatía (aunque no tanto por lógica) la sensación que experimentan los atletas olímpicos tras obtener su medalla de plata o de bronce en una competición. A menudo, los que obtienen la segunda posición se imaginan que podrían haber obtenido el oro y sienten mayor frustración por haber estado «tan cerca».
Por el contrario, los que consiguen el bronce comparan sus resultados con otros menos favorables e imaginan lo que habría sido quedar en puestos inferiores y no obtener ninguna medalla, de esta forma, experimentan sentimientos de satisfacción.
Pensamiento contrafáctico
¿Qué utilidad tiene saber esta información para nuestra vida diaria? Para responder a esta pregunta es interesante saber que el punto en común que existe entre estos deportistas y tú es un tipo de construcción mental que se llama pensamiento contrafáctico. Pomposidades aparte, este tipo de pensamiento consiste en buscar alternativas imaginarias a circunstancias pasadas o presentes, y explica la frustración, la indignación o el dolor que produce la pérdida «por poco» de algo importante. Cuando te planteas qué podría haber ocurrido si las cosas hubieran sido de otra manera, qué hubiera pasado si hubieras hecho o dicho algo diferente, estás utilizando este tipo de mecanismo.
¡Hablando de cotidianidades! Una situación muy común en la que solemos recurrir a este tipo de pensamiento es cuando, entre pitos y flautas, perdemos el vuelo en el que teníamos previsto viajar. ¿Acaso es lo mismo que te informen de que tu vuelo salió a la hora prevista hace media hora a que te digan que tu vuelo acaba de salir hace cinco minutos? A pesar de que nosotros hemos llegado tarde en ambas situaciones, está claro en qué caso sentimos mayor enfado.
¿Por qué esto es así? Simple y llanamente porque la pérdida del vuelo se ha producido por un margen de tiempo muy estrecho. Y, ante esta información, elaboramos un modelo simulado del suceso. Vaya, que nos imaginamos la cadena de pequeñas circunstancias que se han combinado para provocar ese resultado: El cargador que te dejaste en el baño justo cuando ya habías empaquetado todo, el teléfono que suena en el peor momento, el atasco más inoportuno, el desvío que se te pasó…
Realidad objetiva vs realidad construida
¿Qué efecto tiene imaginar que las cosas podrían haber ocurrido de otra manera? Pues, como casi todo en esta vida: depende. Según el tipo de pensamiento que generemos, ya sea imaginar alternativas que son mejores que las actuales o bien simular opciones peores que las presentes, puede proporcionarnos costes o beneficios.
Esto quiere decir que lo que afecta a nuestra forma de pensar, de sentir y de comportarnos es nuestra percepción e interpretación de la realidad y no la realidad en si misma. Que dos personas diferentes actúen de forma distinta ante una misma situación se debe a que no han construido esa situación en su mente de la misma manera. Esta construcción que todos hacemos, es la que puede reportarnos pérdidas o ganancias mentales, emocionales y, consecuentemente, conductuales.
Quizás hayas llegado a la conclusión de que sentirse mal tiene la utilidad de aumentar la motivación para aprender de nuestros errores, lo que viene siendo más comúnmente conocido como: «así espabilas para la próxima». Pero, ¿es esta relación cierta?, ¿qué implica asumir que necesitamos sentirnos mal para aprender?
En el próximo artículo…
Es hora de cuestionarse si estamos condenados a aprender a base de palos o si, por el contrario, no es el único camino. ¿Es demasiado alto el precio a pagar de este «método» de aprendizaje?, ¿en qué podemos fijarnos para sacar una conclusión al respecto?
Lorena G. de Arriba
@timefortalent