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Por qué nos cuesta tanto decidir: emoción, razón e intuición

¿Alguna vez has tenido que tomar una decisión importante pero tenías la cabeza echa un lío?, ¿por qué pasa esto?, ¿hay alguna manera de saber lo que queremos con facilidad?

Imagino que conoces el juego de la soga en el que dos equipos, cada uno de ellos colocado en los extremos de una cuerda, tratan de arrastrar al equipo contrario hasta su campo. Básicamente: el primero que lo consigue, gana. 

Al igual que en éste —y a modo de metáfora—, dentro de ti coexisten dos partes que luchan por el control: tu «yo pensante» y tu «yo sintiente». La diferencia con el juego está en que cuando ambos quieren todo el protagonismo y compiten para disputárselo, nadie gana. O mejor dicho: tú no ganas. Porque el tira y afloja que se produce entre tu parte emocional y tu parte racional se traduce en una tensión neurológica constante. 

Dictadura racional 

Cuando el sistema racional sale victorioso en la competición de la que hablamos se impone una especie de dictadura que bloquea el sistema emocional y, por tanto, su función para servirnos de guía a la hora de decidir. 

Hay muchas personas que a la hora de tomar decisiones hacen largas listas de «pros» y «contras» sobre cada una de las opciones que contemplan.

Sin embargo, de esta manera lo que se facilita es que nuestro «yo pensante» tome el control absoluto de la situación. ¿No te ha pasado que después de dar muchas vueltas a miles de posibilidades, conocer todas la ventajas y todos los posibles inconvenientes sigues sin saber con claridad qué hacer? Este recurso favorece un mecanismo de pensamiento repetitivo que genera la duda en uno mismo y en las decisiones propias.  La clásica frase: «El exceso de análisis lleva a la parálisis» cobra más sentido que nunca.

Es más difícil tomar decisiones cuando el cerebro emocional está bloqueado

¿Ahora entiendes por qué solemos encontrar buenas razones para encerrarnos en relaciones, profesiones y circunstancias que en realidad no queremos?

Dictadura emocional 

Son archiconocidos los efectos de las emociones cuando nos superan y, seguramente, no comprarías a la primera de cambio la idea de que tu «yo emocional» es el mejor a la hora de guiar tus decisiones. Hay algo de cierto en esto. 

Siguiendo nuestra metáfora sobre el juego de competición por el control, lo que ocurre cuando tu sistema emocional toma el mando por su cuenta y riesgo es que dirige tu comportamiento en base a impulsos.

No es casualidad que cuando estamos anclados en la tristeza o la apatía nos pasemos el día distraídos en Instagram, comiendo chocolate y durmiendo por los rincones. Y, aunque con apariencia diferente, cuando la energía nos desborda y nos dejamos arrollar por la ansiedad o la impaciencia, el resultado es el mismo. En ambos casos la impulsividad y la búsqueda de satisfacción inmediata se imponen al autocontrol y el bienestar duradero. 

La razón por la que no nos conviene que el cerebro emocional tome el control total está en que pasaríamos a tomar decisiones «en caliente»: sin reflexión ni planificación y a merced de los vaivenes del placer, la histeria o la sobreexcitación. Como una bomba de relojería a punto de estallar. 

Ahora sabes lo que ocurre cuando tus dos cerebros luchan por el control.  Una vez más, comprobamos que las diversas formas de competición nos hacen desgraciados. ¿Y si la competición no fuera la respuesta?¿qué ocurre cuando cognición y emoción se complementan?

«Homo sentipensante»                       

Los cerebros emocional y cognitivo pueden cooperar o disputarse el control del pensamiento, de las emociones y del comportamiento. El resultado de esa interacción es lo que determina cómo nos sentimos, cómo nos comportamos con los demás, cómo es nuestra relación con el mundo y, claramente, qué decisiones tomamos. 

Equilibrio entre emoción y razón significa que ambos se ciñen a cumplir con su función sin solapar la del otro. Como si se tratara de dos compañeros de equipo en lugar de dos equipos rivales compitiendo entre sí. 

En su versión cooperativa el cerebro emocional se encarga de dar dirección y orientar nuestras decisiones desde el fuero interno, es decir, desde el corazón y el vientre. Por su parte, el cerebro cortical se ocupa de la concentración, la reflexión, la planificación y el razonamiento. Y en su versión colaborativa nos ayuda a avanzar en la dirección elegida de la manera más inteligente posible

El resultado de este equilibro es sinónimo de intuición, sabiduría interior e inteligencia emocional. Y además de ser la base del conocimiento de uno mismo, de la cooperación y de la resolución de conflictos, es la clave para tomar decisiones desde la claridad, la confianza y la armonía.

¿Por dónde empezar a conectar con nuestra intuición? 

Nuestra esencia es sencilla. Nuestra forma de pensar, sin embargo, es compleja, lo que no nos permite ver lo simple y esencial de las cosas.

Sergi Torres

Aquí van un par de pasos sencillos para empezar a favorecer esa conexión interior y poder tomar decisiones desde la confianza, desde la intuición. Con facilidad.

El primer paso cuando tengas que tomar una decisión consiste en imaginarte que tienes 3 segundos para decidir. Lo importante de este ejercicio es que lo hagas sin pensar. Sin filtros. Sin «es ques». Que para eso, si lo consideras útil, siempre hay tiempo. Si primero analizas y después quieres tener información «menos contaminada» de pensamiento… es mucho más difícil saber qué aflora de las entrañas

En segundo lugar pregúntate cuál sería el peor escenario al que te podrías enfrentar y valora si estarías dispuesto a asumirlo. 

El equilibrio mental y emocional no es un objetivo que, una vez conseguido, ya podemos olvidarnos para pasar a otra cosa. Se trata del resultado de un proceso dinámico. Un proceso del que podemos aprender sobre nosotros mismos y comprendernos con mayor profundidad. 

Lorena González de Arriba
@timefortalent

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