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El precio psicológico que esconde el covid-19

¿En qué piensas cuando te preguntan por tu salud? ¿buscas sensaciones en tu cuerpo que respondan a cómo te encuentras? ¿recuerdas los resultados de las últimas pruebas médicas que te hiciste?

Solemos asociar el concepto de salud a cómo nos encontramos físicamente, dejando a un lado la esfera psicológica. Es obvio que es más fácil detectar un catarro que una adicción provocada por un revoltijo emocional interno. Los pañuelos y el termómetro son pistas evidentes, sin embargo, detectar una peligrosa dependencia al alcohol (como ejemplo) cuando esa forma de ocio está compartida socialmente y los límites entre lo perjudicial y la normalidad son tan difusos no es tan sencillo.

Algo parecido a la salud ocurre con el concepto de bienestar, el cual solemos relacionar un trabajo y una estabilidad económica dentro del contexto social que vivimos. Pero nunca nos acercamos a esta dimensión desde la perspectiva de nuestras necesidades emocionales. Cuando nos preguntamos que tal nos va en la vida, solemos tirar de la situación laboral para dar una respuesta. Las medidas y datos que usamos para definir nuestra situación vital vuelven a ser externas a nosotros.

Puede que esta sea la razón por la que, desde el principio de la pandemia del Covid-19, todos nuestros esfuerzos como sociedad han tenido como objetivo salvaguardar nuestra salud física al mismo tiempo que mantener nuestra estabilidad económica. Tras meses de idas y venidas, comprobamos diariamente como las medidas siempre pasan por alto todo el conocimiento que tenemos referente a la salud psicológica y el bienestar emocional, áreas que nunca aparecen en las ecuaciones de los analistas. 

Esto supone un riesgo porque, sin quitar importancia a las dimensiones física y económica, la búsqueda de soluciones rápidas y desenfocadas son caldo de cultivo para otra serie de problemas graves.

Conocer el precio psicológico de nuestra forma de responder a la pandemia abre la posibilidad de apagar la influencia negativa que el contexto de crisis actual puede tener sobre nosotros. Por eso, vamos a tratar de descubrirlo:

La cara B del confinamiento

El confinamiento fue la primera respuesta de emergencia. Una situación que se hacía extraña en pleno siglo XXI por el novedoso grado de incertidumbre al que no estábamos acostumbrados.

Las medidas adoptadas con respecto a la relación con los demás y el mundo exterior pueden condicionarnos a sentir que el hogar es el único lugar seguro. No podemos dejar pasa que el miedo exacerbado al exterior puede repercutir en todo tipo de trastornos y generar nuevos como la agorafobia.

Además, la limitación de libertades y la continua alimentación de noticias asociadas al miedo genera secuelas como estados depresivos, crisis de pánico, el síndrome de estrés post traumático, alteraciones del patrón del sueño, alteraciones alimenticias, nuevas fobias y trastornos psicosomáticos.

Llevar una cuarentena de forma saludable es un proceso difícil, por eso conviene aprender a hacerlo teniendo en cuenta qué hábitos suman en la interrelación cuerpo-mente, así como pedir ayuda a un profesional si detectas las consecuencias psicológicas de estas medidas.

Las manos: la nueva arma blanca 

El lavado de manos está a la orden del día, así como la desinfección continua de espacios. Si bien es cierto que el abuso de los productos de limpieza no hace ningún bien a nuestro sistema inmunológico, desde el principio priorizamos su uso frente a los daños físicos que conllevan para nuestra salud por la necesaria contención del contagio.

Tenemos que ser conscientes de que el lavado compulsivo puede generar trastornos mentales como el TOC y ansiedad. Cuando superemos la crisis tendremos que hacer un esfuerzo activo por detectar posibles fobias relacionadas con la limpieza y quitar fuerza a la relación que hemos podido crear de manos = peligro.

Los muros invisibles de las mascarillas

Puede que cada vez se haga menos extraño salir a la calle y ver personas con mascarillas. La próxima vez que haya una crisis similar en el futuro, las personas pasarán rápidamente a usarlas por la normalización que ha generado la actual. Pero las mascarillas no solo son molestas e incómodas, tienen otras consecuencias que deberían servirnos para pensar en usarlas solo cuando ese uso esté justificado.

Entre otras razones de peso, las mascarillas refuerzan nuestro aislamiento individual, no nos permiten ver la expresión de gestos y emociones dificultando nuestra comunicación.

Para los niños, especialmente, conlleva dificultades en el aprendizaje y desarrollo de emociones. No poder observar las emociones del resto dificulta el desarrollo de la empatía.

Además, su uso añade trabas a las personas sordas dejándolas en una situación más extrema de exclusión.

Por supuesto que su uso puede estar justificado, al menos por un tiempo, pero no olvidemos de ser conscientes de que podemos desarrollar una dependencia insana hacia esta herramienta y una relación patológica con el exterior.

Los efectos secundarios de la distancia social

La vuelta al colegio está siendo buen ejemplo de la alteración de las dinámicas de juego en los niños, que ven complicado relacionarse con los demás con naturalidad y espontaneidad. Los riesgos de la distancia implican el pasar a considerar al otro como una potencial amenaza y vivir desde el miedo.

La autoestima y la confianza tienen más complicado crecer en este contexto donde surge el individualismo y el temor al otro. Tenemos que tener en cuenta que nuestra relación con el mundo viene determinada con la relación con las personas de nuestro entorno. La distancia social impuesta desvitaliza las relaciones y, en casos particulares, puede mermar nuestras habilidades sociales e incluso generar fobias de contacto.

Cuando podamos relacionarnos sin estas medidas de distancia social, será importante que pongamos importancia en nuestras habilidades sociales y el contacto con los demás. Aunque no nos demos cuenta, esta crisis pueden poner en jaque valores tan importantes como la generosidad

Recuperar nuestra salud mental: responsabilidad de todos

Sería saludable que desde el primer día de la pandemia muchos espacios informativos hubieran dejado hueco para educar a la población en la prevención y el autocuidado mental contando con los profesionales indicados para ello. 

En lugar de ello, se informó repetitivamente de las cifras de infectados y muertos aumentando las sensaciones de miedo e incertidumbre. Sin embargo, siempre hay canales alternativos donde encontrar la información que necesitamos. 

El tratamiento de esta situación es un reflejo de lo que somos como sociedad. Pero si queremos tener cambios en esa respuesta, esto empieza por cada uno de nosotros.

Conociendo de esta información, puedes realizar acciones que te conduzcan a un bienestar físico y emocional más completo. Primar aquellos hábitos más saludables y evitar las conductas que generan ansiedad. También puedes hacer una parada para acudir al psicólogo si detectas que algo no va bien. No estaría mal que empezásemos a normalizar estas visitas. 

Si bien es cierto que, por razones obvias, las medidas no están teniendo en cuenta la importancia del contacto humano y las relaciones. Debemos tener nuestra atención en estos aspectos psicológicos cuando el peligro no este justificado. De otra forma las posibilidades de desarrollar patologías se incrementarán.

Tal vez dando a la esfera psicológica el peso que tiene, en futuras crisis logremos que sea más protagonista

Y tú, ¿das importancia a la salud mental? ¿qué opinas sobre las repercusiones psicológicas de la pandemia? Espero tu respuesta en los comentarios.

Si la información de este artículo te parece útil, no dudes en compartirlo.

Francisco V. Hernández Ramírez
@franvhdez

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